Freitag, 30. August 2013

Cómplices

Madrid, 19 de Agosto de 2013

Tras deambular por la gran capital y devorar el Thyssen y al gran Pisarro con mis glotones ojos, me he dejado caer en la única cafetería en la que podré pasar desapercibida sola y con un libro, esquivando todo tipo de miradas curiosas o inquisitivas si demoro por necesidad o aburrimiento mi consumición: Starbucks.
Aquí estoy, con un gigante té verde, para no perder costumbres, orgullosa de haber atrapado uno de esos sillones comerciales de abuela. Con mi sonrisa triunfante, me dejo engullir por ese asombrosamente cómodo asiento, ¿será que la hora que es corresponde a mi rutinaria siesta o quizás que mis sentidos ya perdieron el sentido adormecidos de tanta dosis cultural comprimida?
Ana, Ana, no pienses, deja tu mente en blanco,.... imposible, (replico, resistiéndome a todo indicio de inactividad)... deja pasar el tiempo pero conscientemente....¡empápate de todo!. ¡Hecho! Esta vez, me has convencido otra vez, voz interior... hace tanto tiempo que no te escuchaba, tenías tan poca fuerza y ahora vuelves a agitarme... ¡cómo resistirme!
No es fácil, pero allá vamos...
Comienzo delicadamente a observar mi alrededor. Camuflo las miradas hacia las personas más cercanas, con vistazos al libro que tengo entre mis manos, no vayan a sentir que su intimidad es absorbida por una psicópata barata y acaben delatándome o peor aún, huyendo y así cortando el grifo de mis pensamientos sobre sus vidas. Tras comprobar que estoy en un bucle de llegar al final de cada página y volver a empezarla por sólo haber leido letras y no palabras, desisto de esconderme de tal aburrida manera. Inicio el plan B: garabatear pensamientos en la libreta que llevo, quizás no sea la que mejor esconda mis intenciones pero sí la única que queda por intentar.
La táctica parece funcionar... consumidores entran y salen, se sientan, hablan, observan, nos observamos, nos juzgamos, fingen no mirarte, continuamos nuestra rutina... Cuando la monotonía me empieza a ensoñecer, aparece una pareja de unos 60 años, sus zapatillas cómodas de senderistas desvelan su condición de turista, aunque su aspecto y ademanes son elegantes y relajados. Llevan intención de sentarse y acompañarme inconscientemente aunque parece ser que no hay dos sillones pegados. Sin embargo, aunque existan mesas y sillas vacías, no dudan en sentarse en los únicos sillones comodones libres, a pesar de sentarse, uno en frente del otro a gran distancia.
Centro mi mirada en ese llamativo par. Ella está sentada a mi izquierda, con un enorme frappuccino de leche y caramelo. Mi té a su lado parece un triste premio de consolación... y como venganza te prometes que a la próxima te pedirás el frapuccino más grande que haya, te cueste lo que te cueste, y nunca mejor dicho. Me vuelvo a centrar. Él enfrente, graciosamente, por oposición con un diminuto café. Una mesa de hierro, digna de un salón, impide la conversación entre ellos. Parece que no les importe, porque sus labios sellados dejan paso a la más intensa conversación de la habitación, protagonizada por sus ojos. En ocasiones, se observan tranquilos, inmóviles, como si no temieran a verse desde otras perspectivas sin cambiar la suya, a distanciarse para observarse objetivamente sin necesidad de adornar la realidad con palabras y es que el paso del tiempo acaba por cegarnos gradualmente e impide admirarnos con todos nuestros años, sueños, recuerdos y defectos. El hombre, acaba enseguida el café y aún así se adormece. Son pequeñas cabezadas que no duran más de 5 minutos, porque parece estar en vilo, demostrándole a su mujer que él sigue ahí, como si temiera que ella desapareciera o que no se sintiera protegida o atendida por él. Ella en cambio, que parecía distraída mirando hacia el gran ventanal que da la plaza de España, cuando a él le vence el sueño y sus párpados le pesan más que sus años, le acaricia con la mirada, enternecedoramente como la madre que vela por los sueños de un niño, como la amante que acaricia el rostro de su querido queriéndolo memorizar para siempre. Y así , sorprendentemente sin ayuda de palabras, la conversación prosigue. Deciden irse pronto, cuando ambos coinciden que han podido degustarse y degustar en aquel lugar.

Sobre la mesa ya sólo quedan la tacita y el vaso de plástico de la pareja, y de su ausencia sólo me queda el nombre ella sobre el vaso, Christine, y la enseñanza de sus dos vidas... anónimas y a la vez tan familiares.

Mittwoch, 12. Juni 2013

La nostalgia del que no cesa de rodar y es tanto parte de recuerdos como de la certeza de saber que nunca se pasa dos veces por un mismo sitio.

Freitag, 10. Mai 2013

Decreto real

Buenas noches, buenos días o buen momento para leerme.


Parece ser que conseguí huir de aquella prisión de pensamientos envenenados, o al menos creo que consigo escapar de su acechante búsqueda y captura. 
Abandonadas quedan las largas horas frente a la pantalla, buscando esa gran idea que nos lleve al éxito y al martirio de cuestionarse dónde está el límite. Abandonadas, por un ratito, como queda olvidado el mundo real cuando nos sumergimos en el inmenso océano y nos retamos a ver cuanto duramos sin ahogarnos, sin ahogarnos de no vivir la realidad. Aunque prefieras seguir sumergido sintiendo que todo pierde su peso, sabes que debes de salir a flote y volver a coger aire, contaminado, pero más propicio que morir de utopía.
A estas horas, sobre la mesa, reposa algo muy valioso y frágil, mi corona de Señorita Aestética. Por decisión propia creo que debe de pasar una temporada ahí por dos simples motivos. El primero, pesa y no puedo lidiar con tantos quebraderos de cabeza, sentirse responsable de conseguir armonizar un mundo lleno de incoherencia e irregularidades.  El segundo, creo que la debo de tener en frente, para no perderla de vista. El reinado deberá de ser desde otra perspectiva, la introspectiva.  

El impulso vuelve a escribir.