Donnerstag, 24. Mai 2012

Montag, 21. Mai 2012

Fotos

Qué duro es envejecer!, solemos decir. Pero mucho más duro resulta saber que hemos sido jóvenes; y no tanto porque, como dijera Manrique, «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino más bien porque nos cuesta aceptar al joven que fuimos. Nos suele ocurrir cuando contemplamos una fotografía de nuestra juventud: nos incomoda ese ímpetu atolondrado o petulante que gastábamos entonces; nos incomoda nuestra indumentaria, que el paso del tiempo suele tornar ridícula o estrambótica; nos incomoda esa sonrisa retadora que lanzamos a la cámara, ignorantes de las aflicciones que nos aguardan en el camino. Y esta sensación de incomodidad o embarazo más o menos soportable se agrava si en la fotografía posamos al lado de otras personas que por entonces acompañaban nuestros días: algunas han muerto; otras han traicionado nuestra amistad; otras simplemente se quedaron sepultadas entre la hojarasca de los años, hasta el extremo de que ya ni siquiera sabemos cómo se llamaban (pese a que en la fotografía corresponden a nuestra sonrisa o nos echan un brazo por los hombros, en señal de apretada camaradería); y otras, en fin, fueron `asesinadas´ por nuestro desdén, condenadas al ostracismo por nuestra desafección, abandonadas en algún pasaje confuso o vergonzante de nuestra biografía. ¿Quién no ha experimentado, a la vista de una fotografía de su juventud, un sentimiento de vergüenza retrospectiva? ¿Quién no hubiese querido someter esa fotografía lacerante a un `lavado de imagen´ o proceso de Photoshop que la alivie de presencias enojosas, que borre de nuestros rasgos ese insensato alborozo que acabaría marchitándose, que vele pudorosamente tantas evidencias que el tiempo hace onerosas e indeseables? Y, simultáneamente, ¿quién no querría que, como por arte de ensalmo, los seres queridos que se fueron regresaran para posar a nuestro lado, para brindarnos otra vez su aliento, para tendernos otra vez esa mano que en la fotografía aún se muestra vigorosa y resuelta? ¿Quién no querría que aquellas viejas pasiones que la fotografía perpetúa, convertidas ahora en ceniza, volviesen a llamear, intrépidas como antaño? Definitivamente, lo peor de envejecer es saber que fuimos jóvenes; o, dicho más exactamente, que fuimos otros. Y que hubo una edad –maldita y bendita edad– en que ese `ser otros´ era la única manera de ser en el mundo; porque nos creíamos invulnerables y eternos

Juan Manuel de Prada

Sonntag, 20. Mai 2012

La respuesta es sencilla, lo difícil aplicarla

Hay dos reflexiones de Ortega y Gasset sobre las relaciones de pareja que siempre me han interesado, pero que hasta el momento consideraba antagónicas. Una dice, más o menos, que el enamoramiento es un estado de estupidez transitoria. La otra afirma que la elección amorosa nunca es inocente y que responde a necesidades del individuo. De modo que si uno se enamora de un impresentable siempre hay algo, tal vez una carencia o un oscuro deseo, detrás de esta elección equivocada. ¿En qué quedamos entonces? ¿En que el amor es ciego y lo vuelve a uno tan lelo que no sabe calibrar a la persona que tiene enfrente? ¿O por el contrario sí sabemos lo que queremos, aunque lo que queramos no sea lo mejor para nosotros? Confieso que durante gran parte de mi vida me he identificado sólo con la primera de las teorías. Ahora, en cambio, con el paso de los años y con la experiencia, he llegado a comprender también la segunda y ver que no desmiente la primera. Lo curioso del caso es que estudios científicos actuales vienen a corroborar ambas teorías. Ahora sabemos que el enamoramiento es, en efecto, un estado de estupidez transitoria producido por un cóctel de hormonas y sustancias naturales de efectos dopantes que hace que uno no vea defecto alguno en la persona amada. Una ceguera selectiva cuya duración incluso está medida: se calcula que dura alrededor de dos años y medio. La confirmación científica de la segunda teoría la encontré hace unos días en la prensa. Por lo visto, neurólogos de la Universidad de Toronto, investigando el neurotransmisor vasopresina (la hormona responsable de los lazos efectivos), han hecho un interesante descubrimiento. Una vez comprobado que hay personas hormonalmente más proclives a la infidelidad que otras, observaron que incluso las más infieles logran vencer la tentación siempre que haya lo que ahora llaman la `autoexpansión´. El experimento consistió en lo siguiente: se pidió a personas felizmente casadas que valorasen el atractivo de individuos del sexo opuesto en una serie de fotos. Estas personas hicieron lo obvio: puntuar más alto a los más atractivos. Luego se les presentó una serie de fotos similares, pero se les informó que ciertas personas fotografiadas estaban interesadas en conocerlas. Curiosamente, al saberlo, los participantes daban a esas personas puntuaciones más bajas que la vez anterior porque, en cuanto se sentían atraídos por alguien que amenazaba su relación, automáticamente se decían: «Tampoco es gran cosa». Vista la reacción, la conclusión a la que llegaron los científicos es que puede que no sea sólo el amor lo que mantiene unidas a las parejas, sino la idea de que ese compromiso mejora nuestra vida o amplía nuestros horizontes. En otras palabras, se rompen menos las relaciones que confieren algo, ya sea equilibrio, paz o por el contrario emoción, o más prosaicamente estatus o dinero, lo que sea que necesite esa persona para sentirse mejor. Sin embargo, es necesario saber que ese `algo´ no siempre es bueno; a veces hay gente que necesita caña, lo que explica ciertas relaciones bastante torturadas. Ahora sabemos a ciencia cierta que uno se vuelve ciego cuando se enamora, pero que, aun sin ser consciente de ello, la elección amorosa no es tan caprichosa como antes parecía. 
Una explicación, como ven, muy parecida a la que daba Ortega y Gasset años atrás. Pero entonces, si es tan sencillo y uno siempre busca lo que necesita, ¿por qué nos equivocamos tanto y elegimos a gente que no nos hace felices? 
La respuesta es que hay una diferencia notable entre lo que uno cree que busca y lo que busca en realidad.

Dienstag, 8. Mai 2012

-Y ahora soy yo el que me pregunto, ¿qué haría yo sin ti?
-Seguir viviendo.
-Más bien, sobrevivir.

Freitag, 4. Mai 2012

Aquí tiene sus dos viajes

¿Sabe qué? A cada persona que entra en mi vida le concedo dos billetes: una ida y una vuelta. Fácil. Dos papelitos insignificantes con una ida para llegar hasta mí y una vuelta para alejarse, para que se vaya, que regrese a donde usted cree que es su hogar.
Si quiere usar sólo el de ida, quizás sea sólo un tímido, cauteloso saludo o quizás se sienta abrumado por la apoteosica bienvenida, quien sabe, pero le aseguro que mi corazón le recibirá con una profunda y sincera bienvenida y le acomodará lo mejor que pueda, para que se siente como en casa.
Si usted se impacienta, no está cómodo, se aburre, ve que ha cogido el tren equivocado, o no puede esperar hasta su destino y decide bajarse en alguna estación... ¡Adelante! ¿A qué espera? ¡Coja su maleta y márchese! ¡Es libre! 
No le retendré por mucha rabia, impotencia o tristeza que me provoque perder a un compañero de viaje.
Pero una vez que usted haya tomado esta decisión, que sepa que no hay retorno. Por mucho que me quiera convencer que tiene que volver a subir, en tierra se quedará. No me haga perder el tiempo ni sentimientos, ni a mí misma.
Si usted es dueño de esos dos papelitos, siéntase afortunado. No abundan.
Pero que sepa que son sólo de un uso.
Así que, por favor, sea consecuente con su decisión.