Samstag, 4. August 2012

Perdonen el retraso,

Son días en los que no sé qué hacer. Vuelvo a pasear por aquella calle en la que pegaba con furia aquellas hojas. Cierro los ojos. Noto cómo mis piernas no frenan, caprichosas sólo obedecen a mis temores. Dirección parada de ese bus 55 de maldita puntualidad que me llevaba todas las mañanas a clase. Pero conforme avanzo algo de mí se muere, no quiero avanzar, no quiero volver a enfrentarme con el pasado. Cara a cara, desafiante cómo si te pidiera explicaciones.
Avanzo por la misma calle que habré recorrido más de dos veces al día durante años. Esta vez no la reconozco a pesar de ser propensa a frecuentes lavados de cara. Maquillaje efímero del cotidiano. Un nuevo supermercado, nuevos rostros, y que no falten las oportunas obras que convierten tu trayecto en una carrera de obstáculos cuando llegas tarde. Incluso el obrero que tanto se alegraba al vernos y sacaba un enorme osito de peluche por la ventana de la grúa ha sido sustituido por uno, más hostil que te incomoda al devorarte con la mirada. No paro. El viaje llega a su fin y cuando me doy cuenta, yo vuelvo a retorcerme con la resistencia que ofrece un niño a irse a dormir.
El corazón late al ritmo del atropello de mis sentimientos y pensamientos. Otro difícil duelo que superar.
Pero allá vamos.
Esto es lo que ocurre cuando nos enfrentamos al pasado.

Keine Kommentare:

Kommentar veröffentlichen